Se trata de un “cuento largo”, en el que convergen las características esenciales tanto del cuento tradicional como del moderno.
Del cuento anterior a Poe la autora rescata la finalidad ejemplar y nos ofrece una hermosa lección que habla de generosidad, amor desinteresado y de cómo el conocimiento es, a la vez que disfrute, la única manera noble de sobrevivir. Las Matemáticas serán el camino empleado, unas Matemáticas que se confunden con la Poesía o, mejor dicho, que son la Poesía de las cosas.
Del cuento moderno atrapa la fórmula que Ricardo Piglia (Formas breves, Anagrama, Barcelona 2001, págs 106-108) expone de forma lúcida: “El cuento clásico (Poe, Quiroga) narra en primer plano la historia 1 y construye en secreto la historia 2. El arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1. Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario”.
Más adelante Piglia nos aproxima al cuento actual: “La versión moderna del cuento que viene de Chéjov, Katherine Mansfield, Sherwood Anderson y del Joyce de Dublineses, abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada y trabaja la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca. La historia secreta se cuenta cada vez de un modo más elusivo. El cuento clásico a la Poe contaba una historia anunciando que había otra; el cuento moderno cuenta dos historias como si fueran una sola.[...] lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión”.
De ahí que al final, y sólo al final, cuando la madre anuncia con orgullo que su hijo es profesor el lector se da cuenta de que le han contado, sin alharacas ni estridencias, la vida.
Tengo que confesar que los ojos se me llenaron de lágrimas.



Concha Valverde Ferrer

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